IVAN DARIO MESA BAUTISTA
UNIVERSIDAD DISTRITAL
El dibujo en sepia permite una utilización monocromática del color. De esta misma manera la vida de Alford se dibuja en un solo fondo: su subjetividad. Un individuo que se crea sus propias maneras de ser y de estar en el mundo no merece un adjetivo menor que el de pionero. Una de las grandes herencias de la modernidad consiste en el espíritu crítico, propio de una manera, en extremo subjetiva, de asimilar y generar su propio sistema de valores identificando como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder. Pero esta voluntad siempre será una rareza. Y como tal estará acompañada de unos asomos de melancolía. Todo melancólico es por excelencia un escéptico.
Cuando un individuo decide dejar de lado la aparente normalidad, se vuelve un extranjero perpetuo en la escena del género humano. Pero como ningún ser está exento del imperativo de lo gregario no queda más remedio que enfrentarse a lo social con un dejo de sátira. Así, las relaciones interpersonales se convierten en unas acciones que se suceden independientemente de la voluntad y como tales son intrascendentes.
Alrededor de Alford ocurren cosas, eventos, circunstancias pero no parecen influir de manera significativa en su ser. Él es “inmutable”, porque estos acontecimientos solo sirven para corroborar su apartamiento voluntario del curso histórico de su tiempo. Ni siquiera, el alcanzar su anhelado placer logra estimular en él un mínimo de entusiasmo. Alejado de lo normal, es un eterno anómalo. Recuerda al personaje del cuento de Peri Rossi “La estatua” o la condición de “El extranjero”. Odiosa comparación para un hombre ajeno a la vivencia literaria; si consiente la experiencia escrita es debido a que no le es ajena, lo circunda pero no lo impregna.
Pareciera que a Alford le interesa el presente pero únicamente como potencia de un futuro próximo; es decir, cuando se ha transmutado en pasado. Es el contemplador por excelencia. Por ser espectador renuncia a la acción. Como su escala de prioridades está constituida por principios de pétrea forma, el intentar modificar cualquiera de sus concepciones lleva a una irremediable incomunicación. Cada vez que se le interroga, Alford se retrae, se cierra sobre si mismo. Su contabilidad de comunicaciones exitosas siempre está en rojo. El silencio, en este personaje, está tan cargado de significación que resulta mucho más elocuente que las propias palabras.
El dibujo en sepia permite una utilización monocromática del color. De esta misma manera la vida de Alford se dibuja en un solo fondo: su subjetividad. Un individuo que se crea sus propias maneras de ser y de estar en el mundo no merece un adjetivo menor que el de pionero. Una de las grandes herencias de la modernidad consiste en el espíritu crítico, propio de una manera, en extremo subjetiva, de asimilar y generar su propio sistema de valores identificando como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder. Pero esta voluntad siempre será una rareza. Y como tal estará acompañada de unos asomos de melancolía. Todo melancólico es por excelencia un escéptico.
Cuando un individuo decide dejar de lado la aparente normalidad, se vuelve un extranjero perpetuo en la escena del género humano. Pero como ningún ser está exento del imperativo de lo gregario no queda más remedio que enfrentarse a lo social con un dejo de sátira. Así, las relaciones interpersonales se convierten en unas acciones que se suceden independientemente de la voluntad y como tales son intrascendentes.
Alrededor de Alford ocurren cosas, eventos, circunstancias pero no parecen influir de manera significativa en su ser. Él es “inmutable”, porque estos acontecimientos solo sirven para corroborar su apartamiento voluntario del curso histórico de su tiempo. Ni siquiera, el alcanzar su anhelado placer logra estimular en él un mínimo de entusiasmo. Alejado de lo normal, es un eterno anómalo. Recuerda al personaje del cuento de Peri Rossi “La estatua” o la condición de “El extranjero”. Odiosa comparación para un hombre ajeno a la vivencia literaria; si consiente la experiencia escrita es debido a que no le es ajena, lo circunda pero no lo impregna.
Pareciera que a Alford le interesa el presente pero únicamente como potencia de un futuro próximo; es decir, cuando se ha transmutado en pasado. Es el contemplador por excelencia. Por ser espectador renuncia a la acción. Como su escala de prioridades está constituida por principios de pétrea forma, el intentar modificar cualquiera de sus concepciones lleva a una irremediable incomunicación. Cada vez que se le interroga, Alford se retrae, se cierra sobre si mismo. Su contabilidad de comunicaciones exitosas siempre está en rojo. El silencio, en este personaje, está tan cargado de significación que resulta mucho más elocuente que las propias palabras.
Fotografía: Andrés Torres Guerrero.
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