sábado, 4 de agosto de 2007

DE HEROÍSMO Y COBARDÍA. APUNTES SOBRE LA NOVELA “ALFORD” DE LUIS FERNANDO CHARRY




DANIEL SIERRA MORA
UNIVERSIDAD DISTRITAL



Demasiado poco valor es cobardía y demasiado valor es temeridad.
ARISTÓTELES.


Repetidamente escuchamos decir que más vale un cobarde vivo que un héroe muerto. Un juicio como éste podría venir sólo de una persona vilmente reduccionista y, por supuesto, estrecha, que juzgaría al ser humano entre estos dos extremos. Claro que la cobardía es una consecuencia, o una manifestación del miedo. Ahí parece que arranca el problema. El miedo es un sentimiento de amenaza, que produce una sensación de peligro ante un “algo” que creemos nos puede dañar. Ese “algo” puede ser real y/o imaginario, como en el caso de Alford. El miedo tiene grados y matices, por eso la lengua española orgullosamente posee tantos términos similares, que no sinónimos; se habla de “pánico”, “fobia”, “temor”, “terror”, “aprehensión”. Hay un miedo normal, que hasta cierto punto resulta “útil” o mejor “poco nocivo”, que nos lleva a la prudencia. Pero hay un miedo cerval, excesivo, que no suma sino resta, que paraliza, que nos bloquea. Luis Alford es un sujeto con visos de cobardía, quien desde un principio establece tres instancias con relación a ésta. La primera, es la del héroe, o sea, la figura del protagonista y ejecutor de la acción. La segunda, es la del hombre que reza, que llora y que lleva encima la carga del arrepentimiento. Y la tercera, es la del cobarde espectador que, como todos los de su clase, aplaude y se deleita con el espectáculo. Aun así Alford ni aplaude, ni llora, dejando abierta la pregunta ¿es llorar un acto de valientes? Sí y no. La diferencia entre una persona valiente y otra cobarde no es la presencia o ausencia de miedo, sino la actitud ante él. La cobardía es el miedo consentido, mientras que la valentía es miedo “dominado”. Así pues, podría ser que merezca la pena enfrentarnos a nuestros miedos porque además, como decía Montaigne, “el que teme padecer, padece ya lo que teme”. Lo malo no es sentirlo, tal y como le sucedía a Alford (se supone que eso da muestra de nuestra deplorable condición humana, mortal y vulnerable), el asunto es que el miedo se asemeja, quizá, a cualquier ser vivo en cumplimiento de la ley de la naturaleza, es decir, nace, crece, se reproduce y muere. Natural y hasta cierto punto es normal que nazca, sin embargo, de cada individuo depende que crezca y peor aún que se reproduzca. Si crece es porque es alimentado con argumentos y motivos, pero, cuando ha crecido lo suficiente y se piensa muerto, error, porque crecer y desaparecer son antónimos. Es simple, la consecuencia automática se llama evolución y es ahí cuando se pierde el control del miedo, que, una vez se ha instalado trastorna al sujeto en su interior y, por consiguiente, a todo su entorno.

Claro que en términos de miedo como “sinónimo” prudencia (comparación no tan acertada), Alford concebía su vida desde los sacrificios, las penas y el silencio y eso diría cualquier “psicólogo” de pacotilla, es un grave caso de falta de autoestima o ausencia de amor propio. Y aunque la situación del personaje en cuestión pudiera llegar a imaginarse como una crisis existencial... Alford, supongo que (no a manera de conformismo), admite que dichos suplicios son recompensados por partida doble, y eso sonaría en otro contexto a empate, ¿y no es acaso éste una derrota disfrazada?

Alford es una batalla interna entre el temor y el coraje, que sin ser experto, más bien aprendiz, ofrece una elegante lección de sensatez para todos(as) aquellos(as) que asumen el miedo desde una mediocre resignación. Así, en palabras del personaje “una noche oscura es la antesala del infierno, que tal vez no exista pero es mejor estar preparados” (p. 26). Es esa la herramienta clave, como un arma, “es mejor tenerla y no necesitarla que llegar a necesitarla y no tenerla”. Supongo que no hace falta dar mayores explicaciones.

En ese sentido, considero que todos somos “Alford”, o en su defecto tenemos algo de él, porque todos sentimos miedo y todos enfrentamos esa constante lucha, que camina tomada de la mano de la libertad, por dejarlo ser o no.

Fotografía: Olga García Ortegón.

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