DANIEL SIERRA MORA
UNIVERSIDAD DISTRITAL
“Amor, ese espontáneo comienzo de la vida…
…Ese precario final de la misma”.
En el ámbito de las relaciones interpersonales, es claro que los seres humanos, siempre, o casi siempre, actuamos de manera impulsiva, dejándonos llevar por las pasiones y por los sentimientos que, en definitiva, han estado y seguirán estando alejados de la razón. ¿Es enamorarse el estado emocional perfecto o un espejismo pasajero que, mientras dura, aliena a la "víctima" hasta el punto de incapacitarle para percibir cualquier cosa distinta de la atracción hacia la persona objeto de sus desvelos? Estas son las dos posturas extremas ante esa coyuntura que constituye el enamorarse de alguien. El romántico la defenderá como la situación ideal, porque entiende que nada en el mundo merece compararse con esa felicidad que genera la pasión amorosa. El escéptico o desengañado, sin embargo, aducirá que el amor es una enfermedad pasajera que deja secuelas, pero que puede superar a nada que se le dé prioridad en la vida: la familia, las aficiones, el trabajo, los amigos... Sin duda, ante el fenómeno del amor, cada uno tiene su propia percepción y sensibilidad. Se puede caracterizar el enamoramiento como una "locura" transitoria que no tiene edad y que repercute en gran medida en la vida cotidiana del afectado. Es, normalmente, una emoción que irrumpe sin avisar, intensa y bruscamente y que normalmente se atenuará con el paso del tiempo. Entonces ¿qué pesa más, la razón o el corazón? Ese ha sido uno de los más grandes debates al interior de la humanidad desde tiempos inmemorables hasta nuestros días.
Con el advenimiento del Romanticismo (s. XVIII), las manifestaciones humanas se caracterizaron básicamente por el interés hacia lo que estaba lejos en el espacio y en el tiempo, lo cual no se traduce en otra cosa más que en una invitación a sentir, a seguir nuestros instintos. Aunque, con toda seguridad, el aspecto que revolucionaría al mundo fue el privilegio que se le dio a la emoción por encima de la razón. Y, es precisamente de esto de donde se parte para hacer una revisión de algunos de los personajes de “Todo en otra parte” y, en particular, del desarrollo de sus relaciones a partir de los elementos que demarcan el vínculo entre los seres humanos. A pesar de que “Todo en otra parte” es una novela en la que los protagonistas no se mueven por motivaciones sentimentales, sino por curiosidad, tal como lo afirma la propia Carolina Sanín Paz [1], tampoco se puede desconocer el hecho que demuestra ese “mundo de emociones”, por decirlo de alguna manera, que se desenvuelven a lo largo de la historia.
Partiendo entonces de lo básico, es menester diferenciar sentimiento de sensación. El primero hace referencia al efecto de sentir la impresión que causan en el alma las cosas espirituales. De igual forma, sentir es el dictamen, la opinión, el parecer o el juicio de uno, es decir, experimentar emociones producidas por causas externas o internas. En cada instante experimentamos algún tipo de emoción o sentimiento. Nuestro estado emocional varía a lo largo del día en función de lo que nos ocurre y de los estímulos que percibimos. Otra cosa es que tengamos siempre conciencia de ello, es decir, que sepamos y podamos expresar con claridad qué emoción experimentamos en un momento dado [2].
Las emociones son experiencias muy complejas y para expresarlas utilizamos una gran variedad de términos, además de gestos y actitudes. De hecho, podemos utilizar todas las palabras del diccionario para expresar emociones distintas y, por tanto, es imposible hacer una descripción y clasificación de todas las emociones que podemos experimentar. Sin embargo, el vocabulario usual para describir las emociones es mucho más reducido y ello permite que las personas de un mismo entorno cultural puedan compartirlas. Por su parte, una sensación es la captación por los sentidos externos o también internos (memoria, imaginación, etc.) de ciertas cualidades e impresiones. En ese mismo sentido, entenderíamos que el amor es un sentimiento y la curiosidad sería una sensación, y si retomamos la valoración de Carolina Sanín, mencionada anteriormente, acerca de que los personajes no actúan por incitaciones sentimentales sino por la misma expectación, surge la pregunta de por qué uno de los ejes centrales de la novela es la relación “amorosa” que se desarrolla entre estos.
Al comienzo del capítulo II, dice Carlota a Julio (protagonistas de la historia), “en el bar más próximo voy a hacerte una propuesta […] Dejemos de estar juntos. Julio bajó la cabeza como si una espada acabara de tocarlo”. Al respecto se infieren varias cosas, verbigracia que, en principio, Carlota lo menciona como una propuesta. Pero seamos sinceros, todos aquellos hombres que tengan la oportunidad de leer este texto, que hayan estado inmiscuidos con una mujer, o en su defecto con una “pareja”, y que además hayan escuchado este tipo de “propuestas”, sabrán entonces que esto sencillamente significa que la relación ha llegado a su fin. Y ahora bien, ¿acaso no se experimenta, en ese preciso momento, una sensación tan desagradable, que nos hace sobrecogernos, generando una ligera fluctuación de las bandas vocales y hasta en los peores casos un resonado gimoteo? En el caso de Julio, dicha sensación; se traduce en el simple gesto de inclinar la cabeza. Habrá que fijarse entonces en que lo que representa dicha imagen de la pareja en aquel bar finiquitando su “amorío”, no es más que una sensación, sin embargo ¿no es ésta producida por un sentimiento o por lo efímero que de éste? Volvamos entonces al concepto de amor. Según el DRAE se define al amor como “un sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear, pero que por su intensidad y partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.” Significa entonces que el amor, del que tanto se vanaglorian los románticos y los fanáticos presuntuosos, amantes enamorados posmodernos, no es más que una emoción incompleta, construida ilusoriamente a medias, exigua y definitivamente truncada en algún momento por alguno de los dos bandos. En el caso particular de Julio y Carlota hay que observar ahora los motivos que la impulsaron a ella para “sugerir” esto al que, hasta ese momento, fue su novio. Nótese primero la reacción de Julio, quien responde, al parecer con un tono de frescura, Sí es mejor ponerle fin a nuestra historia; si Carlota responde ¿por qué?, como efectivamente lo hace, lo que evidentemente está demostrando es una sensación de sorpresa, ¿esperaba acaso que Julio le rogara y le pidiera de rodillas que no lo abandonara?
Podría ser esta una bonita lección de dignidad, y cuando ha de esperarse una explicación sensata, afirma ella Propuse que nos separáramos para ver qué nos pasaba en adelante, lo que revela que el motor de los personajes es la constante de la curiosidad, aunque si ha de constatarse la indecisión de la protagonista o quizá su arrepentimiento, algunos momentos más adelante [3], retoma Carlota: “Dejé de esperar que él me abrazara –mejor volvamos a estar juntos –dije- y no hago ningún viaje. –Ya no –dijo Julio y me tocó la nuca”.
Claro está que en palabras de Carolina Sanín, “Todo en otra parte” no es una novela realista, si por ello se entiende la normalidad de una relación amorosa, pero no podría ser del todo descabellado trasladar dichas situaciones al contexto real de la misma cotidianidad de los lectores. Así las cosas, se entiende que si bien es cierto es una historia llena de elementos que la alejan de lo real, también lo es el que dichos elementos sean fácilmente aplicables a nuestra usual presencia en un mundo que no dista mucho del supuesto descrito en la obra. De manera, entonces, que Carlota y Julio podrían llamarse María y Juan o Laura y Pedro, o cualquier pareja, pero no solamente porque sean personajes ficticios fácilmente permutables por un sinnúmero de sustantivos, sino porque seguramente lo que ocurrió con ellos y entre ellos, al menos en cuestiones sentimentales de relaciones interpersonales, habrá ocurrido o podrá ocurrirle a cualquier pareja.
Tal parece que “Todo en otra parte” se revela, entre muchas otras cosas, como un relato de confusiones y decepciones amorosas. Aun así, tales desasosiegos sentimentales no están demarcados exclusivamente por lo que acontece con las relaciones entre un hombre y una mujer, o sus variantes, aunque siga siendo éste el imperante sentimental de la obra. Los sistemas sociales contemporáneos nos han ofrecido una idea del núcleo familiar “ideal”. Este componente y los vínculos que se entablan entre sus miembros podrían también ser considerados como cotidianos, mas no como triviales, ya que directa o indirectamente son singulares y trascendentales en el desarrollo emocional de los seres humanos. Pero como no necesariamente deben existir uniones sanguíneas entre las personas para asignarles la categoría de familia, sí es importante revisar tal aspecto dentro de la novela para intentar corroborar la manera impetuosa que motiva e impulsa a los personajes.
El núcleo familiar de Flora, por ejemplo, y eso si es que se puede hablar de un núcleo, está denotado por una madre (Ana) ciertamente represiva, separada de su esposo amnésico y padre de Flora, y relacionada posteriormente con quien asumiría el rol de padrastro de la niña (Diego). Esto nos hace ver, de cierta forma, tanto las secuelas que puede dejar en la pequeña, como la forma en que se ha dado la unión o el vínculo de las parejas para constituir una familia. La distinción entre estas dos calidades de relación (unión y vínculo) es importante porque, a partir de ella, se puede diferenciar cuándo una familia es simplemente un producto circunstancial y cuándo obedece de antemano a una forma prevista por la sociedad establecida. Mientras que por unión se entiende simplemente la acción sexual que puede ser ocasional (como en el caso del estupro), o circunstancial (como en el caso de la prostitución), el vínculo es una relación que implica permanencia y que, desde luego, lleva dentro de sí el aspecto de la simple unión. Este vínculo exige, por lo tanto, una afinidad ya no sólo de tipo marital y sexual entre quienes lo concertan, sino también un grado afectivo que se traduce en el conocimiento íntimo, factor que conduce naturalmente a la vida en común, sin que importe por el momento la aceptación formal y legal de la sociedad [4]. De ambas posibilidades de relación pueden salir hijos y, por ende, llegarse a conformaciones familiares. De la simple unión con estructuras inconsistentes, y del vínculo, conformaciones que se acercan más al grado óptimo de la estructura familiar plenamente funcional.
Como grupo, la familia llega a ser simplemente un conjunto de personas que comparten valores y creencias, y que desarrollan su comportamiento. Y, para el caso de la novela, podría deducirse entonces que todas las relaciones que se dan entre los personajes son de unión ocasional y/o circunstancial.
El amor, y aunque suene ridículo nombrarlo una y otra vez, debe dejar de verse como una palabra-rosa que enmarca la cursilerías más absurdas del anómalo y bufo estado de enajenación mental en el que se cae en algún momento, como una patología ineludible. Amor, una mentira muy bien contada, tanto, que se ha llevado por delante casi a toda una humanidad nefasta, vulnerable e inconsistente.
Si en “Todo en otra parte” es posible inventarlo todo, desde un viaje por el mundo hasta un hombre que estaba haciendo un perro, entonces el amor, y hablar de éste como tal, es también un ambiguo y equívoco invento que después de usado será obsoleto y seguramente reemplazado por otro tal vez más contundente o más lúgubre y melancólico, cuyo objetivo será nuevamente causar desesperanza y contrariedad, las cuales, al final, no son más que eso, simples sensaciones pasajeras que posiblemente habrán de quedarse en otra parte.
Bienvenidos al mundo real.
NOTAS
[1] SANÍN PAZ, Carolina. “Todo en otra parte”. Bogotá, Planeta, 2005.
[2] WKMIR, Vladimir Jorge. “Emoción y sufrimiento”. Barcelona, Labor, 1987
[3] SANÍN PAZ, Carolina. Op. Cit., p. 36.
[4] UMAÑA, Eduardo. “La universalidad científica en la familia colombiana”. Bogotá, Fondo de Publicaciones de la Universidad Nacional, 2001.
UNIVERSIDAD DISTRITAL
“Amor, ese espontáneo comienzo de la vida…
…Ese precario final de la misma”.
En el ámbito de las relaciones interpersonales, es claro que los seres humanos, siempre, o casi siempre, actuamos de manera impulsiva, dejándonos llevar por las pasiones y por los sentimientos que, en definitiva, han estado y seguirán estando alejados de la razón. ¿Es enamorarse el estado emocional perfecto o un espejismo pasajero que, mientras dura, aliena a la "víctima" hasta el punto de incapacitarle para percibir cualquier cosa distinta de la atracción hacia la persona objeto de sus desvelos? Estas son las dos posturas extremas ante esa coyuntura que constituye el enamorarse de alguien. El romántico la defenderá como la situación ideal, porque entiende que nada en el mundo merece compararse con esa felicidad que genera la pasión amorosa. El escéptico o desengañado, sin embargo, aducirá que el amor es una enfermedad pasajera que deja secuelas, pero que puede superar a nada que se le dé prioridad en la vida: la familia, las aficiones, el trabajo, los amigos... Sin duda, ante el fenómeno del amor, cada uno tiene su propia percepción y sensibilidad. Se puede caracterizar el enamoramiento como una "locura" transitoria que no tiene edad y que repercute en gran medida en la vida cotidiana del afectado. Es, normalmente, una emoción que irrumpe sin avisar, intensa y bruscamente y que normalmente se atenuará con el paso del tiempo. Entonces ¿qué pesa más, la razón o el corazón? Ese ha sido uno de los más grandes debates al interior de la humanidad desde tiempos inmemorables hasta nuestros días.
Con el advenimiento del Romanticismo (s. XVIII), las manifestaciones humanas se caracterizaron básicamente por el interés hacia lo que estaba lejos en el espacio y en el tiempo, lo cual no se traduce en otra cosa más que en una invitación a sentir, a seguir nuestros instintos. Aunque, con toda seguridad, el aspecto que revolucionaría al mundo fue el privilegio que se le dio a la emoción por encima de la razón. Y, es precisamente de esto de donde se parte para hacer una revisión de algunos de los personajes de “Todo en otra parte” y, en particular, del desarrollo de sus relaciones a partir de los elementos que demarcan el vínculo entre los seres humanos. A pesar de que “Todo en otra parte” es una novela en la que los protagonistas no se mueven por motivaciones sentimentales, sino por curiosidad, tal como lo afirma la propia Carolina Sanín Paz [1], tampoco se puede desconocer el hecho que demuestra ese “mundo de emociones”, por decirlo de alguna manera, que se desenvuelven a lo largo de la historia.
Partiendo entonces de lo básico, es menester diferenciar sentimiento de sensación. El primero hace referencia al efecto de sentir la impresión que causan en el alma las cosas espirituales. De igual forma, sentir es el dictamen, la opinión, el parecer o el juicio de uno, es decir, experimentar emociones producidas por causas externas o internas. En cada instante experimentamos algún tipo de emoción o sentimiento. Nuestro estado emocional varía a lo largo del día en función de lo que nos ocurre y de los estímulos que percibimos. Otra cosa es que tengamos siempre conciencia de ello, es decir, que sepamos y podamos expresar con claridad qué emoción experimentamos en un momento dado [2].
Las emociones son experiencias muy complejas y para expresarlas utilizamos una gran variedad de términos, además de gestos y actitudes. De hecho, podemos utilizar todas las palabras del diccionario para expresar emociones distintas y, por tanto, es imposible hacer una descripción y clasificación de todas las emociones que podemos experimentar. Sin embargo, el vocabulario usual para describir las emociones es mucho más reducido y ello permite que las personas de un mismo entorno cultural puedan compartirlas. Por su parte, una sensación es la captación por los sentidos externos o también internos (memoria, imaginación, etc.) de ciertas cualidades e impresiones. En ese mismo sentido, entenderíamos que el amor es un sentimiento y la curiosidad sería una sensación, y si retomamos la valoración de Carolina Sanín, mencionada anteriormente, acerca de que los personajes no actúan por incitaciones sentimentales sino por la misma expectación, surge la pregunta de por qué uno de los ejes centrales de la novela es la relación “amorosa” que se desarrolla entre estos.
Al comienzo del capítulo II, dice Carlota a Julio (protagonistas de la historia), “en el bar más próximo voy a hacerte una propuesta […] Dejemos de estar juntos. Julio bajó la cabeza como si una espada acabara de tocarlo”. Al respecto se infieren varias cosas, verbigracia que, en principio, Carlota lo menciona como una propuesta. Pero seamos sinceros, todos aquellos hombres que tengan la oportunidad de leer este texto, que hayan estado inmiscuidos con una mujer, o en su defecto con una “pareja”, y que además hayan escuchado este tipo de “propuestas”, sabrán entonces que esto sencillamente significa que la relación ha llegado a su fin. Y ahora bien, ¿acaso no se experimenta, en ese preciso momento, una sensación tan desagradable, que nos hace sobrecogernos, generando una ligera fluctuación de las bandas vocales y hasta en los peores casos un resonado gimoteo? En el caso de Julio, dicha sensación; se traduce en el simple gesto de inclinar la cabeza. Habrá que fijarse entonces en que lo que representa dicha imagen de la pareja en aquel bar finiquitando su “amorío”, no es más que una sensación, sin embargo ¿no es ésta producida por un sentimiento o por lo efímero que de éste? Volvamos entonces al concepto de amor. Según el DRAE se define al amor como “un sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear, pero que por su intensidad y partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.” Significa entonces que el amor, del que tanto se vanaglorian los románticos y los fanáticos presuntuosos, amantes enamorados posmodernos, no es más que una emoción incompleta, construida ilusoriamente a medias, exigua y definitivamente truncada en algún momento por alguno de los dos bandos. En el caso particular de Julio y Carlota hay que observar ahora los motivos que la impulsaron a ella para “sugerir” esto al que, hasta ese momento, fue su novio. Nótese primero la reacción de Julio, quien responde, al parecer con un tono de frescura, Sí es mejor ponerle fin a nuestra historia; si Carlota responde ¿por qué?, como efectivamente lo hace, lo que evidentemente está demostrando es una sensación de sorpresa, ¿esperaba acaso que Julio le rogara y le pidiera de rodillas que no lo abandonara?
Podría ser esta una bonita lección de dignidad, y cuando ha de esperarse una explicación sensata, afirma ella Propuse que nos separáramos para ver qué nos pasaba en adelante, lo que revela que el motor de los personajes es la constante de la curiosidad, aunque si ha de constatarse la indecisión de la protagonista o quizá su arrepentimiento, algunos momentos más adelante [3], retoma Carlota: “Dejé de esperar que él me abrazara –mejor volvamos a estar juntos –dije- y no hago ningún viaje. –Ya no –dijo Julio y me tocó la nuca”.
Claro está que en palabras de Carolina Sanín, “Todo en otra parte” no es una novela realista, si por ello se entiende la normalidad de una relación amorosa, pero no podría ser del todo descabellado trasladar dichas situaciones al contexto real de la misma cotidianidad de los lectores. Así las cosas, se entiende que si bien es cierto es una historia llena de elementos que la alejan de lo real, también lo es el que dichos elementos sean fácilmente aplicables a nuestra usual presencia en un mundo que no dista mucho del supuesto descrito en la obra. De manera, entonces, que Carlota y Julio podrían llamarse María y Juan o Laura y Pedro, o cualquier pareja, pero no solamente porque sean personajes ficticios fácilmente permutables por un sinnúmero de sustantivos, sino porque seguramente lo que ocurrió con ellos y entre ellos, al menos en cuestiones sentimentales de relaciones interpersonales, habrá ocurrido o podrá ocurrirle a cualquier pareja.
Tal parece que “Todo en otra parte” se revela, entre muchas otras cosas, como un relato de confusiones y decepciones amorosas. Aun así, tales desasosiegos sentimentales no están demarcados exclusivamente por lo que acontece con las relaciones entre un hombre y una mujer, o sus variantes, aunque siga siendo éste el imperante sentimental de la obra. Los sistemas sociales contemporáneos nos han ofrecido una idea del núcleo familiar “ideal”. Este componente y los vínculos que se entablan entre sus miembros podrían también ser considerados como cotidianos, mas no como triviales, ya que directa o indirectamente son singulares y trascendentales en el desarrollo emocional de los seres humanos. Pero como no necesariamente deben existir uniones sanguíneas entre las personas para asignarles la categoría de familia, sí es importante revisar tal aspecto dentro de la novela para intentar corroborar la manera impetuosa que motiva e impulsa a los personajes.
El núcleo familiar de Flora, por ejemplo, y eso si es que se puede hablar de un núcleo, está denotado por una madre (Ana) ciertamente represiva, separada de su esposo amnésico y padre de Flora, y relacionada posteriormente con quien asumiría el rol de padrastro de la niña (Diego). Esto nos hace ver, de cierta forma, tanto las secuelas que puede dejar en la pequeña, como la forma en que se ha dado la unión o el vínculo de las parejas para constituir una familia. La distinción entre estas dos calidades de relación (unión y vínculo) es importante porque, a partir de ella, se puede diferenciar cuándo una familia es simplemente un producto circunstancial y cuándo obedece de antemano a una forma prevista por la sociedad establecida. Mientras que por unión se entiende simplemente la acción sexual que puede ser ocasional (como en el caso del estupro), o circunstancial (como en el caso de la prostitución), el vínculo es una relación que implica permanencia y que, desde luego, lleva dentro de sí el aspecto de la simple unión. Este vínculo exige, por lo tanto, una afinidad ya no sólo de tipo marital y sexual entre quienes lo concertan, sino también un grado afectivo que se traduce en el conocimiento íntimo, factor que conduce naturalmente a la vida en común, sin que importe por el momento la aceptación formal y legal de la sociedad [4]. De ambas posibilidades de relación pueden salir hijos y, por ende, llegarse a conformaciones familiares. De la simple unión con estructuras inconsistentes, y del vínculo, conformaciones que se acercan más al grado óptimo de la estructura familiar plenamente funcional.
Como grupo, la familia llega a ser simplemente un conjunto de personas que comparten valores y creencias, y que desarrollan su comportamiento. Y, para el caso de la novela, podría deducirse entonces que todas las relaciones que se dan entre los personajes son de unión ocasional y/o circunstancial.
El amor, y aunque suene ridículo nombrarlo una y otra vez, debe dejar de verse como una palabra-rosa que enmarca la cursilerías más absurdas del anómalo y bufo estado de enajenación mental en el que se cae en algún momento, como una patología ineludible. Amor, una mentira muy bien contada, tanto, que se ha llevado por delante casi a toda una humanidad nefasta, vulnerable e inconsistente.
Si en “Todo en otra parte” es posible inventarlo todo, desde un viaje por el mundo hasta un hombre que estaba haciendo un perro, entonces el amor, y hablar de éste como tal, es también un ambiguo y equívoco invento que después de usado será obsoleto y seguramente reemplazado por otro tal vez más contundente o más lúgubre y melancólico, cuyo objetivo será nuevamente causar desesperanza y contrariedad, las cuales, al final, no son más que eso, simples sensaciones pasajeras que posiblemente habrán de quedarse en otra parte.
Bienvenidos al mundo real.
NOTAS
[1] SANÍN PAZ, Carolina. “Todo en otra parte”. Bogotá, Planeta, 2005.
[2] WKMIR, Vladimir Jorge. “Emoción y sufrimiento”. Barcelona, Labor, 1987
[3] SANÍN PAZ, Carolina. Op. Cit., p. 36.
[4] UMAÑA, Eduardo. “La universalidad científica en la familia colombiana”. Bogotá, Fondo de Publicaciones de la Universidad Nacional, 2001.
Fotografía: Andrés Torres Guerrero.
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