viernes, 1 de diciembre de 2006

TODO EN TODAS PARTES





SERGIO ARTURO RUBIANO ROMERO
UNIVERSIDAD DISTRITAL


“Todo en otra parte”, es la frase, y a la vez, el elemento principal que teje la novela que lleva el mismo nombre; una forma de representación carente o estéril de la misma que se refleja en cada uno de sus personajes y sus actos; el carácter de cierta forma absurdo o sin sentido que envuelve a través de una narración pasiva pero inquietante es el común denominador presente a lo largo de toda la lectura, y, partiendo de ésta última, se hace referencia a la no presencia del sujeto como tal.

En la novela de Carolina Sanín, es identificable una estructura narrativa que sale de un estilo convencional en lo que se refiere al tratamiento de los personajes y su desarrollo a lo largo de la obra; la riqueza narrativa proporcionada por la narradora que, a la vez, es protagonista, “cubre”, por decirlo así, un papel tal vez más determinante que el de los demás personajes, generando, de esta manera, una representación sin representación; es decir, no existe un reconocimiento convencional de cada personaje, cada uno deambula por ahí sin generar una densidad lo suficientemente definitiva y lapidaria dentro de la historia; sin embargo, esto genera y establece una forma de representar a una sola persona, el ser humano contemporáneo que ha dejado de ser considerado como un eje exclusivamente central para dar paso a las vicisitudes y problemáticas propias de su tiempo.

Tal vez la situación citada anteriormente sea la mejor forma de representar al ser humano y su condición actual, y quizá esto pueda ser mejor ejemplificado en la siguiente frase: “en Foucault, el sujeto nunca es primero. Y ahí está la gran diferencia de la filosofía contemporánea con el pensamiento clásico y sus epígonos actuales” [1]. A partir de lo anterior se podría considerar un punto de vista contemporáneo respecto al ser humano y a su percepción de mundo, en donde ha dejado de generar un protagonismo hasta el punto de llegar incluso a sofocarse a sí mismo, idea que tal vez la escritora tocó sin intención, pero que la reflejó a través de su estilo narrativo y literario en los personajes y en la historia en sí. Puede que el objetivo de la creación de “Todo en otra parte” haya sido contar una historia sin pretensiones fuertes o comprometidas; sin embargo, es necesario tener en cuenta aspectos que, de alguna manera, establecen puntos de consideración y análisis; la carencia de personajes complejos puede proporcionar al lector la inquietud y el impulso de iniciar una búsqueda dentro de su lectura propia y/o personal de ese ser estructurado, establecido bajo parámetros detallados y, por qué no, armoniosos, que se encuentra en la esquina, en un bus, en un edificio a medio terminar, pidiendo limosna, estudiando o simplemente caminando por ahí.
La no representación es una forma de representar; la falta de una caracterización considerablemente profunda puede dar paso a interpretaciones de tipo hondo y cóncavo; en este caso se parte del tratamiento otorgado a los personajes, que sin un mayor interés en ahondar psicológica, filosófica y ni siquiera físicamente, logra crear un concepto de persona contemporánea que habita en una novela, -en este caso “Todo en otra parte”- y que, por cierto, no tiene la misión comprometedora de relatar o denunciar la situación política y social que le rodea o que esa persona misma rodea, tal como lo dice su autora para una entrevista: “Gran parte de la literatura colombiana de los últimos años habla sobre la violencia y la situación de Colombia. Los escritores sienten que es casi una obligación hablar del tema. Mi obra no tiene ningún tipo de realismo social o político del país” [2].

Sin embargo existe un compromiso tal vez muchísimo más complejo que tiene Carolina Sanín, que comparte con sus lectores e incluso con quienes aún no conocen su obra, pues propone un acercamiento delicado y serio al ejercicio de escribir (en la misma entrevista afirma): “El único compromiso es con la escritura. Éste es un texto sobre la escritura y la oralidad, la textura de los discursos y los rumores, pero también sobre el lenguaje y sus paradojas” [3]. La estructura desarrollada a lo largo del texto establece un tratamiento literario que, lejos de querer involucrarse con ideologías y pensamientos, plantea el reconocimiento de un estilo de escritura que ha sido más bien poco empleado en los últimos años, la narración libre y sin presiones que, aunque se diga que no da origen a algo trascendental, dice mucho y tal vez todo; después de esto, ¿acaso es necesario indagar o preguntarse dónde está la intencionalidad de la escritora?, o ¿buscar la verdadera representación, no tanto de los personajes de la novela sino de la escritura como tal?

También se tiene en cuenta, como dice su autora, que el rumor juega un papel fundamental dentro de Todo en otra parte; es tal vez una de las bases esenciales de la continuidad y desenvolvimiento de la vida de Carlota y Julio, a la vez que puede ser tomado como una herramienta que posibilita la representación de lo no representado; se susurran y comentan pasajes y acontecimientos de la vida de las dos personas nombradas, poniendo o no en duda su veracidad, pero con el hecho de reconocer la existencia de estos comentarios se da paso a la existencia de los mismos. La novela, en sí, existe a partir de estas representaciones (por eso la insistencia en lo mismo), es una conformación de éstas, una idea que no podría ser concebida si no se contempla a través del mero pensamiento.

Y es que el pensamiento es el que da a luz al hombre que está haciendo un perro y también a la Selección vaticana [4]; tal vez la constante y presente ausencia de ambos establezca una relación tan estrecha que llegarían a ser lo mismo, pueden existir en la aparente esterilidad de un sentido común absurdo: nunca aparece un hombre que esté haciendo un perro, a pesar de que se nombra, ni existe una selección vaticana de fútbol que hubiese participado en un campeonato mundial. ¿Ah, no? Entonces, ¿qué es lo que acaba de leer?; la presencia de ambos sujetos es clara, cobran vida, adoptan la forma de un cuerpo que se ha identificado anteriormente en otros escritos; Godot es tal vez una de estas pruebas concisas, pues es esperado por Vladimir y Estragón durante días a pesar de que ninguno de los dos lo conoce, nunca aparece y, sin embargo, es el centro de la eterna espera… espera que se podría considerar como la representación del mismo Godot.

Pero la similitud, o la unión entre ambos cuerpos o estructuras (el creador canino y el seleccionado religioso) también se puede abarcar a través de un elemento visible y tocado ya por varios: el perro; a pesar de que en el cuento “Selección vaticana” no existe la presencia del animal como tal, se menciona la presencia de los perros calientes: “No estaba cansada por la guerra ni por la inseguridad, ni por la envidia, sino cansada de cosas sin importancia. De los perros calientes que vendían junto a la escalera del Museo Nacional, y a los que cada vez les ponían más cosas (…) Yo quería salir de Bogotá antes de que a los “perros calientes con todo” les pusieran caca de perro de verdad”[5]. A pesar de que la escritora resta importancia a los perros, los considera como algo para tener en cuenta, puede que el perro del cuento posea características gastronómicas, a diferencia del perro de la novela que genera otro tipo de pensamientos y sentimientos en sus personajes.

La presencia canina es otra forma de representación. La ciudad perdería su sentido de lo urbano sin la existencia del perro, como animal y como palabra o expresión. Someramente, haciendo una comparación con la cinta Amores perros, es evidente no sólo la condición que tiene el perro de “ciudadano eterno”, sino también su cualidad de complementar al ser humano. El personaje de El Chivo es tal vez quien mejor encaja dentro de lo anteriormente dicho, pues es un sujeto que deambula por las calles de alguna ciudad de México acompañado de varios perros, sus mejores amigos, pero es con la llegada de un nuevo perro que su vida empieza a sufrir cambios, ya que el recién llegado mata a los otros perros; esto da paso a una catarsis en el personaje, quien decide darse una segunda oportunidad. A pesar de que los otros dos personajes principales de la película también atraviesan cambios y transformaciones importantes a causa de los perros, el relato de El Chivo refleja no sólo la vida urbana sino también la representación del cambio de piel, de la metamorfosis que es necesaria y que, tarde o temprano, surge en cualquier ser humano, tal y como le ocurrió a Carlota al enterarse de que un hombre estaba haciendo un perro, salió de su rutina y comenzó a viajar por el mundo.

NOTAS


[1] GARAVITO, Edgar. “Escritos escogidos”. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 1987.
[2] SANÍN, Carolina. Entrevista. Bogotá, 2005
[3] Ídem.
[4] SANÍN, Carolina. Selección vaticana. http://72.14.209.104/search?q=cache:Syb3bC0muJIJ:www.soho.com.co/soho/articuloView.jsp%3Fid%3D2634+%22selecci%C3%B3n+vaticana%22&hl=es&gl=co&ct=clnk&cd=2
[5] Ídem.
Fotografía: Andrés Torres Guerrero.

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