PABLO EMILIO DAZA
UNIVERSIDAD DISTRITAL
“… a lo mejor sucedió realmente, o puede llegar a ocurrir pero nadie parece haber sido testigo directo del suceso”.
Anónimo
El mito urbano sucede en una dimensión paralela, un plano idéntico al nuestro, en el que se hace verosímil lo improbable; es decir, un modelo de mundo de lo ficcional verosímil, que contiene instrucciones que no pertenecen al mundo real efectivo, pero están construidas de acuerdo con éste. Una historia de acontecimientos extraordinarios o f(r)iccionales, pero mediados por el mundo real.
A veces, el mito urbano es un deseo colectivo, una esperanza, en otras, es un tema de premonición; en ocasiones, una explicación improvisada, y con el rumor de “el hombre que estaba haciendo un perro”, que aparece y se repite no sólo en la tradición oral sino también en los medios de comunicación, es posible que alguno de los relatos elabore imaginarios intencionalmente con algún objetivo, como por ejemplo:
“… la idea de hacer un perro le había venido al hombre después de la comida.
- Un día quiso hacer una sopa, y metió en agua caliente una pata de perdiz. Al día siguiente se comió la carne de la pata. Al otro día hizo un caldo con el hueso. Al día siguiente, se dio cuenta que el hueso ya no podía untar el agua. No tenia nada que hacer con él, así que decidió hacer un perro para dárselo” [1].
Lo anterior puede surgir de algún relato que se deforma a partir del original o, simplemente, de una ficción deliberada que, al transmitirse, adquiere el valor de una historia real; tanto en el lector literario como en la tradición oral se ven reflejadas la variedad de perspectivas de la vida, de disposiciones a reflexionar y proyectar otro hombre, otra circunstancia, otra historia.
Es como una “Casa de Ficción”, en suma, no tiene una sino un millón de ventanas…más bien, un número incontable de posibles ventanas, cada una de las cuales ha sido abierta por la exigencia de la visión individual, por presión de la voluntad individual.
“La que parecía no entender era la portera. Había oído el cuento varias veces, y siempre había pensado que la pata que el hombre había metido en agua caliente era una pata de perro. Había imaginado que el perro había empezado a hacerse en el agua” (p. 21).
(...) “Adentro, la peluquera afirmaba que el hombre estaba haciendo un perro para desenterrar un tesoro con su ayuda (p. 22)” [2].
Pero cuantas más son las ventanas, más desconectadas e independientes son, pues tienen una característica propia: detrás de cada una de ellas se eleva una figura provista de un par de ojos, un instrumento único que asegura a quien lo emplea una impresión distinta de todas las demás.
El mito urbano, como el “hombre que estaba haciendo un perro”, que, de por sí, contiene elementos irracionales, claramente deformados por el punto de vista individual, se transforma en un relato creíble; en efecto, si bien son abiertamente fantásticos, son muy sorprendentes por su improbabilidad. Pareciera, entonces, que tras la saturación de tanta información de diferentes fuentes, lograra abrir un espacio informal, en el que el relato de un testigo anónimo, con el que no han tenido otro vínculo que el anonimato, es aceptado a través del “beneficio de la duda”.
Con relación a lo colectivo del relato y pese a lo improbable de la historia, se le ha otorgado el “beneficio de la duda” en un estilo de “suspensión de la incredulidad” por parte del lector.
Muchos nos cuentan la historia de Ulises y las sirenas y nadie puede impedir que el lector-oyente crea como un hecho histórico, de la misma manera en que se cree el descubrimiento de América por Cristóbal Colon, y del como los personajes de la obra “Todo en otra parte” creen y comentan la improbable historia de un hombre que está haciendo un perro.
Por eso, lo que interesa es una credibilidad especial por parte del lector, en el caso del mito urbano y la tradición oral el oyente-parlante de historias. Una actitud para asumir desde Coleridge como Suspensión of disbelief: suspensión de la incredulidad. Esta suspensión de la incredulidad que resulta condicional para el éxito de toda invención literaria, aunque ésta se sitúa claramente en el reino de lo maravilloso e increíble.
Lo extraño, por improbable que parezca, no es necesariamente imposible y así se define la puerta de entrada por la cual ingresa el relato mitológico contemporáneo. De esta manera, un mito urbano cumple la función de darle al sujeto la posibilidad de expresar una opinión personal, un temor o acaso una sospecha; tal vez encuentre un atajo para una explicación demasiado compleja, excesivamente elaborada. El mito es una expresión tan antigua como la cultura y su estructura reside en nuestras mentes, así como nuestros miedos, anhelos y no deja de expresar con formatos nuevos, adaptados al tiempo en que nos tocó vivir.
UNIVERSIDAD DISTRITAL
“… a lo mejor sucedió realmente, o puede llegar a ocurrir pero nadie parece haber sido testigo directo del suceso”.
Anónimo
El mito urbano sucede en una dimensión paralela, un plano idéntico al nuestro, en el que se hace verosímil lo improbable; es decir, un modelo de mundo de lo ficcional verosímil, que contiene instrucciones que no pertenecen al mundo real efectivo, pero están construidas de acuerdo con éste. Una historia de acontecimientos extraordinarios o f(r)iccionales, pero mediados por el mundo real.
A veces, el mito urbano es un deseo colectivo, una esperanza, en otras, es un tema de premonición; en ocasiones, una explicación improvisada, y con el rumor de “el hombre que estaba haciendo un perro”, que aparece y se repite no sólo en la tradición oral sino también en los medios de comunicación, es posible que alguno de los relatos elabore imaginarios intencionalmente con algún objetivo, como por ejemplo:
“… la idea de hacer un perro le había venido al hombre después de la comida.
- Un día quiso hacer una sopa, y metió en agua caliente una pata de perdiz. Al día siguiente se comió la carne de la pata. Al otro día hizo un caldo con el hueso. Al día siguiente, se dio cuenta que el hueso ya no podía untar el agua. No tenia nada que hacer con él, así que decidió hacer un perro para dárselo” [1].
Lo anterior puede surgir de algún relato que se deforma a partir del original o, simplemente, de una ficción deliberada que, al transmitirse, adquiere el valor de una historia real; tanto en el lector literario como en la tradición oral se ven reflejadas la variedad de perspectivas de la vida, de disposiciones a reflexionar y proyectar otro hombre, otra circunstancia, otra historia.
Es como una “Casa de Ficción”, en suma, no tiene una sino un millón de ventanas…más bien, un número incontable de posibles ventanas, cada una de las cuales ha sido abierta por la exigencia de la visión individual, por presión de la voluntad individual.
“La que parecía no entender era la portera. Había oído el cuento varias veces, y siempre había pensado que la pata que el hombre había metido en agua caliente era una pata de perro. Había imaginado que el perro había empezado a hacerse en el agua” (p. 21).
(...) “Adentro, la peluquera afirmaba que el hombre estaba haciendo un perro para desenterrar un tesoro con su ayuda (p. 22)” [2].
Pero cuantas más son las ventanas, más desconectadas e independientes son, pues tienen una característica propia: detrás de cada una de ellas se eleva una figura provista de un par de ojos, un instrumento único que asegura a quien lo emplea una impresión distinta de todas las demás.
El mito urbano, como el “hombre que estaba haciendo un perro”, que, de por sí, contiene elementos irracionales, claramente deformados por el punto de vista individual, se transforma en un relato creíble; en efecto, si bien son abiertamente fantásticos, son muy sorprendentes por su improbabilidad. Pareciera, entonces, que tras la saturación de tanta información de diferentes fuentes, lograra abrir un espacio informal, en el que el relato de un testigo anónimo, con el que no han tenido otro vínculo que el anonimato, es aceptado a través del “beneficio de la duda”.
Con relación a lo colectivo del relato y pese a lo improbable de la historia, se le ha otorgado el “beneficio de la duda” en un estilo de “suspensión de la incredulidad” por parte del lector.
Muchos nos cuentan la historia de Ulises y las sirenas y nadie puede impedir que el lector-oyente crea como un hecho histórico, de la misma manera en que se cree el descubrimiento de América por Cristóbal Colon, y del como los personajes de la obra “Todo en otra parte” creen y comentan la improbable historia de un hombre que está haciendo un perro.
Por eso, lo que interesa es una credibilidad especial por parte del lector, en el caso del mito urbano y la tradición oral el oyente-parlante de historias. Una actitud para asumir desde Coleridge como Suspensión of disbelief: suspensión de la incredulidad. Esta suspensión de la incredulidad que resulta condicional para el éxito de toda invención literaria, aunque ésta se sitúa claramente en el reino de lo maravilloso e increíble.
Lo extraño, por improbable que parezca, no es necesariamente imposible y así se define la puerta de entrada por la cual ingresa el relato mitológico contemporáneo. De esta manera, un mito urbano cumple la función de darle al sujeto la posibilidad de expresar una opinión personal, un temor o acaso una sospecha; tal vez encuentre un atajo para una explicación demasiado compleja, excesivamente elaborada. El mito es una expresión tan antigua como la cultura y su estructura reside en nuestras mentes, así como nuestros miedos, anhelos y no deja de expresar con formatos nuevos, adaptados al tiempo en que nos tocó vivir.
NOTAS
[1] SANÍN PAZ, Carolina. “Todo en otra parte”. Bogotá, Planeta, 2005. p. 21.
[2] SANÍN PAZ, Carolina. Op. Cit. p. 22.
[1] SANÍN PAZ, Carolina. “Todo en otra parte”. Bogotá, Planeta, 2005. p. 21.
[2] SANÍN PAZ, Carolina. Op. Cit. p. 22.
Fotografía: Andrés Torres Guerrero.
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